Empecemos por reconocer que la diada del cuerpo con la mente es indivisible, no podemos separarlas para pensar cada una como algo independiente, dado que nuestra subjetividad vive en el mundo afectivo que se encuentra en nuestra mente, pero el cuerpo es el medio por el cual percibimos sensaciones y manifestamos emociones, intenciones y necesidades.
Ambas partes de nuestro ser funcionan como un engranaje que se retroalimenta, por ejemplo: cuando algo que percibimos por medio de nuestros sentidos nos agrada, mostramos una sonrisa y hay un desencadenamiento de hormonas que influyen en nuestro estado de ánimo mientras que al mismo tiempo en nuestra mente se revelan recuerdos que se relacionan con lo que esta pasando, ideas de algo que aporte a la felicidad del momento y almacenamos en nuestra memoria de manera neurológica y emotiva un recuerdo que podremos o no rememorar posteriormente.
De igual forma cuando un pensamiento irrumpe en nuestra mente, dependerá de si lo percibimos como algo agradable o desagradable para que nuestro cuerpo reaccione a tal estímulo mental, como por ejemplo cuando recordamos a alguna persona que extrañamos mucho y nuestra postura corporal cambia, podemos suspirar y hasta sentir ganas de llorar o percibir la necesidad de tomar un tiempo para tramitar esas sensaciones provocadas por los pensamientos.
La evidencia entre lo que pensamos, sentimos, actuamos, nos mostramos ante los demás, lo que evadimos y percibimos es una manifestación de ida y vuelta entre nuestra mente y cuerpo.
Pero si nos centramos en la carga mental de las acciones que manifiesta nuestro cuerpo, es muy importante identificar que el discurso que vive en nuestros pensamientos se va formando desde que somos pequeños, como si fuera el guion de una historia, nuestro mundo afectivo va creando juicios, ideas, creencias, aprendizajes, reglas y muchas otras cosas que van formando un mapa de personalidad y una postura ante la propia vida. Lo interesante es cuando la vida avanza, las experiencias aumentan y las expectativas, satisfacciones y relaciones interpersonales comienzan a interferir haciendo que no todo sea como lo deseábamos o cosas que no imaginábamos suceden y nuestra historia toma giros que a su vez crean un tipo de huecos en nuestro mundo afectivo que no tienen una explicación desde lo que conocemos.
Esto provoca que nuestro estado de ánimo no sea lineal, ni la felicidad es permanente ni la tristeza es eterna y todas las emociones que registramos reaccionan a nuestro paso por las experiencias que vivimos.
La teoría de la somatización identifica la influencia de nuestras emociones en el cuerpo y cómo es que se pueden crear síntomas físicos a partir de situaciones que nuestra mente no puede tramitar, nombrar o identificar con claridad.
Es por eso que en relación a lo que “es mental” no podemos otorgar una generalización, dado que la mente está en una relación de vaivén con el cuerpo y si bien el poder de nuestros pensamientos es muy grande y no hay duda de ello, la forma en la que la relación que se tenga con el cuerpo por medio del lenguaje que los une será de alguna forma la energía que nos mueva en relación a lo que deseamos, necesitamos y formamos para nosotros mismos.
La psicoterapia tiene un lugar muy importante para identificar los puntos ciegos en relación con lo que nos decimos en nuestra mente sobre nosotros mismos en la historia de nuestro “guion mental” y la manera en la que lo manifestamos en nuestro cuerpo.
No todo es mente, no todo es cuerpo. Pero todo lo que vivimos forma un registro entre estas dos partes por medio de palabras, movimientos, posturas personales y recuerdos.