La felicidad es un estado deseado por la satisfacción que supone el vivir dicha emoción, pero como tal al igual que las otras emociones que podemos percibir, responden a ciertas situaciones que nos rodean o a condiciones personales que nos hacen reaccionar de una u otra forma.
Socialmente la felicidad es una promesa de bienestar que se relaciona con el cumplimiento de deseos y es muy frecuente que las personas respondan identificando que el sentido de su vida esta en alcanzar la felicidad.
Sin embargo, hay que reconocer que idealizarla a tal grado de ser la meta ultima de nuestra existencia o la razón para hacer cosas, tiene inconvenientes que interfieren en nuestra postura en todas las demás emociones que también son totalmente esperadas que se manifiesten dependiendo de lo que vamos experimentando en la vida.
La presión que puede percibir una persona que pretenda alcanzar “la verdadera felicidad” puede ser tal que la lleve a negar o evadir la presencia de las otras emociones que dicho sea de paso existen para ayudarnos a reaccionar y elaborar una red de conexiones emocionales que nos llevan a aprender, ponerle significado personal a las vivencias y tener un registro en nuestra historia y mundo afectivo para poder seguir hilando y enriqueciendo nuestras experiencias, teniendo así mejores herramientas para afrontar y relacionarnos con personas o situaciones.
De tal forma que pretender que la felicidad es lo único que debemos perseguir y mantener, crea una especie de punto ciego que nos aleja de darle lugar a otros catalizadores que tenemos que, aunque pueden llegar a ser difíciles o indeseados como la tristeza y el enojo tienen un lugar lógico en nuestra mente que nos muestra caminos a cosas que nos sirven para entendernos mejor.
Por ultimo me gustaría recalcar que hay mucha diferencia entre la felicidad y la tranquilidad, ya que si bien pueden presentarse juntas, la tranquilidad al mismo tiempo puede acompañar otras emociones y nos sirve de brújula para reconocer el lugar que le damos a ciertas situaciones o personas y cómo lo percibimos, mientras que la felicidad es un estado momentáneo que al desvanecerse puede o no dar lugar a un nuevo deseo que nos ponga en movimiento en relación a cosas que nos puedan provocar nuevamente felicidad, pero valdría la pena valorar desde otro punto de vista a la felicidad como ese complemento emocional momentáneo y no como el fin último y objetivo de nuestro ser por que el no darle lugar a su finitud, puede provocar un nivel de frustración y privación que lejos de causar tranquilidad y bienestar, crearía una respuesta complicada en relación a los logros y capacidades de cada quien.