La normalidad es la regla con la que muchas personas miden si algo que piensan o hacen es bueno o malo, pero relación a lo afectivo eso toma un sentido bastante relativo, no sentirse normales es una percepción que afecta y angustia a quienes buscan encajar o determinar su propia conducta a partir de lo que los demás delimitan, sea o no algo que haga sentido con su subjetividad o necesidades. No es sorpresa que esto acumule incomodidad, confusión y angustia.
Cuestionar lo normal no es un llamado de rebeldía solo por que sí, es más bien abrir la puerta a la oportunidad de establecer lo que va con quién queremos ser, buscamos desarrollar o aprendemos a mediar.
En cierta medida lo normal pareciera responder a lo esperado, pero al mismo tiempo es algo que se reduce a un grupo social, cultural, familiar, etc. Muchas cosas que hacemos están dictadas en inicio por que fueron enseñadas en el grupo al que pertenecemos como lo más fácil, común o práctico. Hay reglas que influyen en el comportamiento para facilitar la convivencia, hay normas compartidas como humanidad que pretenden no dañar o afectar al otro como un principio que pareciera universal, pero hay varias situaciones que se muestran como lo normal solo bajo medidas identificatorias y es ahí donde surge la lucha entre lo que se espera, lo que se desea y lo que uno define como propio, aquello que por sí solo no afecta a los demás pero que delimita nuestra expresión de ser o sentir.
En “la incómoda diferencia en un mundo de ideales ficticios” hablé de las implicaciones de tratar de pertenecer a un lineamiento de felicidad irreal e impuesto por estándares en redes sociales, pero el cuestionamiento por lo normal invade muchos ámbitos de nuestra vida cotidiana y me atrevo a decir que todos en algún momento nos sentimos en cierta medida anormales en relación a algo y esto nos dará para pensar en nosotros mismos y lo que nos importa, hay quienes logran salir con facilidad de ese cuestionamiento y no hay mayor acción que una reafirmación de la construcción personal que se haya ido formando con el paso de experiencias, logros, búsquedas y planteamientos.
Sin embargo, hay también quienes, por motivos de sexualidad, género, etnia, ambiente sociocultural, morfología, creencias y un sinfín de peculiaridades, no logran sentir de primera instancia la tranquilidad de ser quienes son con ligereza, se vuelven un motivo de estigma y esto crea alrededor una serie de sintomatología emocional bastante cargada al grado de aislar a la persona e impedirle disfrutar su vida.
Por otro lado, también están quienes buscan bajo la bandera de la normalidad, crear un estándar para medir a los demás en relación a un juicio particular, reprimiendo todo aquello que no entre en sus parámetros sin darse cuenta que esa es una manera de reprimirse a sí mismos exponiendo de la misma forma una necesidad de identificación que pocas veces tiene que ver con principios personales sino más bien con una carencia individual que los mantiene a la defensiva.
La diversidad deja de lado el deber ser y deja ver el ser tal cual, en su modo natural, mismo que merece respeto, comprensión y apertura a la relatividad de lo normal.
Los conflictos de identidad, el daño emocional que causa el vivir bajo un prejuicio y la dificultad de aceptación de la otredad tienen un lugar en el consultorio, no es poca cosa atender lo que te hace ser tu y encontrar las herramientas para definir y fortalecer tu postura personal en el mundo que habitas.